Discográfica:
Harvest, Mercury
Fecha de edición:
16 de abril de 1988
Componentes:
– Klaus Meine / Voz
– Matthias Jabs / Guitarra, coros
– Rudolf Schenker / Guitarra, coros
– Francis Buchholz / Bajo, coros
– Herman Rarebell / Batería, percusión, coros
Savage Amusement: manual para conquistar América definitivamente.
Obedeciendo a los dictados cíclicos que cambian el orden de las tendencias de consumo sociales, antes de mediados de los años ochenta, la música no pudo resistirse a la banalización de su indomabilidad y comenzó a militar al servicio de un entretenimiento mercantil de amplios beneficios para todos los integrantes de la cadena de producción del fenómeno.
Fueron los años de la despreocupación rentable cuando la industria discográfica resolvió que la frivolidad debía acomodarse entre el vulgo ejerciendo, a la par, de calmante para el melómano empedernido. Y es aquí donde con la burbuja “in crescendo” de la MTV, los réditos vitalicios en los créditos de las bandas sonoras de las taquillas ardientes o los jingles especulativos de las grandes corporaciones, toda una legión de artistas y formaciones abrieron de par en par sus ojos ante el sagrado Dólar y solicitaron su cheque en blanco.
La integridad del Heavy Metal se sentía ya amenazada desde hace tiempo; Van Halen, Rush, Saxon o hasta los mismísimos Judas Priest e Iron Maiden sucumbían en temas o incluso discos completos al carácter “mainstream” que otorgaban sintetizadores y armonías inocuas, lo que suponía una invasión en toda regla del sacrosanto altar de inflamables guitarras sofocadas ahora por la inofensiva laca en espray exportada de América. Scorpions no eran ajenos al éxito multitudinario que venían cosechando desde de Love At First Sting, pero tampoco querían dejar pasar el tren bala que con sus raíles dorados sellaba libretas millonarias. Para ello fueron preparando para con su pareja, su compañero de éxitos a la producción, el empresario e ingeniero musical Dieter Dierks (Twisted Sister, Black ‘n Blue, Birth Control, Ike & Tina Turner,) una separación ajustada a su frenesí colonizador. Soplaban vientos de cambio y el quinteto quería abrazarse a ellos, aferrarse al presente impuesto por agentes externos y que sus deseos germinaran tal y como les habían ocurrido a los padres (Def Leppard) del retoño de oro de la década (Hysteria). Un masivo parto en lujosa clínica privada.
En ese caldo de cultivo, en 1988, se alumbraba Savage Amusement, perdiendo la insolencia de sus ancestros y refinando, quizás excesivamente, sus ademanes consanguíneos. Aun así volvió a ser un absoluto éxito de ventas. Fuere como fuere y con la perspectiva del tiempo como testigo, los patrones compositivos del disco siguen una onda similar y relativa a sus anteriores obras con el añadido de aquel presente con virtudes para todos. Las baterías de Herman Rarebell quedaban más equilibradas y presentes en la mezcla final, aplastantes, por lo que añadían un plus de energía algo desaprovechado, ya no por la sencillez de su ejecución, sino por el halo artificial que desprende su ecualización. Cada golpe quedaba bien amortiguado por unas líneas de bajo juguetonas, ligeramente eróticas y bien definidas por parte de Franzis Buchholz. La dupla de guitarras Rudolf Schenker (un Kobold danzarín pétreo en sus bases) y Mathias Jabs (prestidigitador de neones afables), nuevamente balanceadas por canales, tejían con nuevos telares un confortable suéter donde refugiarse de su perenne y aséptica gelidez teutona al mismo tiempo que lucían un punto de cruz adiestrado para rematar cada bordado en su desfile por la pasarela de artificios al servicio del entretenimiento.
El megáfono de su mastodóntico retorno corría bajo la tutela de la limitada figura corpórea de Klaus Meine, que aunque carecía de profundidad en su mensaje quedaba tremendamente bien entallado en cuero provocativo, alargando su sombra hasta tocar el Olimpo, proyectando sobre sí mismo ese sueño al que todo mortal tenía derecho: ser un “frontman” modélico. Contaron con dos colaboraciones de lujo en algunos coros; la de Lee Aaron y la de Peter Baltes de Accept, un claro ejemplo de su corazón repartido a partes iguales entre su ascendencia y su visado recreativo sin fecha de caducidad.
En honor a la verdad sonaba perfecto pero ya no era el típico bofetón en la cara de sus anteriores referencias, digamos que era un “cachete” almibarado.
La apertura con “Don´t Stop At The Top”, afinada entre el Hard Rock melódico y su clásico temperamento germano, cuenta con una serie de riffs y melodías sabiamente elaboradas que se funden en la memorable procesión de estrofa/puente/estribillo en completa sintonía con los prólogos de sus anteriores lanzamientos. Majestuosa. Durante los próximos minutos del redondo y hasta finalizar la cara A (no puedo dejar de asociar este clásico al vinilo que me poseía en modo bucle) los BPM´s, es decir, el tempo, contrasta con la taquicardia de sus hermanos mayores, mostrándose aquí como una leve arritmia. La ralentización de los temas dona un extra de facilidad a la hora de digerir la apreciación cuasi Pop que nutre a las composiciones, reduciendo la letalidad de unos camuflados aguijonazos lógicos.
Nacen uno tras de otro los dos singles más prominentes del disco: la venérea “Rhythm Of Love” de ambiente Blues artificial y lascivia “Hair” y la correspondiente, por acervo, oda a la carretera, “Passion Rules The Game” de glamuroso contenido representativo.
Tras ese destello de dignidad pasan de puntillas dos cortes que enuncian los dictámenes Leppard en primera persona y la voluptuosidad melódica imperante. “Media Overkill” y “Walking On The Edge” bajan el rasero de mayoría de edad composicional de los escorpiones. Ambas distraen por el ardid más que por su presencia; que si un Talk-Box “vacilón” por aquí, que si un coro de sencilla memorización por allá, que si… ¡qué sí! Que tienen gancho, es evidente, pero mostraba a los maestros de la balada en estado de hibernación. Este era uno de sus puntos de atención multitudinaria que tantos parabienes les había granjeado y, de momento con “Walking On The Edge” solo habían sorteado una “power- ballad” de escaparate, muy de la época que querían reflejar pero también del lugar que parecían querer ocultar.
La cara B comienza de otra forma y hace ganar enteros al conjunto. “We Let It Rock…You Let It Roll” nos mete en harina Hard Rock, más cocida y compacta, reconocible ingrediente de su triunfo entre las huestes adrenalínicas, evocando al directo sin remisión. Tras esta dosis de testosterona y hermandad de culto llega “Every Minute Every Day”. Sin disimulo alguno lanzaban un guiño provocativo desde el Pop de factoría cosmopolita hasta convertirlo en un complaciente disparo de Hard de chicle de cereza. Aquí las 12 cuerdas consiguen brillar a pesar de tener que abrirse camino a codazos con la soberbia interpretación principal y coral de Meine (ayudado por el bajista de Accept).
Tras esta placentera clavada de uñas a traición en un supuesto abrazo casto, llegaba el obús de esta placa. La más pura bilis germana lidiando agresivamente con tanta pomposidad foránea, “Love On The Run” de la que no quiero ni imaginar cómo hubiere sonado sin semejante tratamiento de clínica de belleza. Puro Heavy Metal imposible de camuflar. Para mí aquí se acababa el disco después de las primeras quinientas escuchas. Sí, ya sé que me dejo en el tintero “Believe In Love” pero es que llovía sobre mojado, es decir, tras el disparo de feria en la ruleta de las baladas que os mencionaba texto arriba, no podía comprender el porqué del nuevo error de los reyes de los lentos en la pista de baile (según los “pijos”). Pretenciosa canción de amor que con su carencia de sentimiento sí conseguía llegar al corazón pero, tristemente, para partirte el alma.
Conclusión:
En cualquier caso quemabas los temas más destacables hasta consagrarlos a la altura de sus grandes momentos, así que, inevitablemente se convirtieron también en parte de su herencia inmortal. A día de hoy no podría juzgarlos con objetividad absoluta, forman parte de mi infancia. Es como si te pones a criticar al Coche Fantástico, al Equipo A o al Comando G… ¡No procede!
Lo mejor: Una producción exquisita al servicio de una ristra de temas que revalidaban la marca Scorpions para los más permisivos y que dejaba grandes momentos solistas para cada uno de sus integrantes.
Lo peor: la sequía de temas salvajes y la ausencia de una balada de altura, de las que no fallaban en el momento clave: la que relucía en la grabación de la casete de recopilación cuyo objetivo era seducir al amor de tu vida de ese momento. Tan frívolo como nos lo vendieron las altas esferas…
Temas:
1. Don’t Stop At The Top
2. Rhythm Of Love
3. Passion Rules The Game
4. Media Overkill
5. Walking On The Edge
6. We Let It Rock… You Let It Roll
7. Every Minute Every Day
8. Love On The Run
9. Believe In Love