Perdidos en el tiempo
Está bien, lo reconozco. Tengo debilidad por las causas perdidas. Tanto si se trata de bandas que únicamente editaron un disco, para después desaparecer sin dejar rastro; o si son bandas que no tuvieron una carrera dilatada por el motivo que fuera, me pierden estos relatos de derrota y olvido. Es en esta última categoría donde se ubican los protagonistas de esta historia: BulletBoys. Sirvan estas líneas a modo de reivindicación de uno de los mejores debuts del género, y uno de mis discos-fetiche absolutos.
Texto Edu A. Crime
El caso de BulletBoys es clásico: banda que llega tarde a una escena determinada. En este caso, estamos hablando del “Hair metal”, sin duda uno de los apelativos más cochambrosos e inservibles de cuantos se han inventado para catalogar a las bandas (seguido muy de cerca por el también detestable “Female fronted metal band”). Porque, ya me dirán ustedes, amigos, en que se parecen Poison a Faster Pussycat, a Firehouse, a Lillian Axe (y así ad infinitum). Bandas de ROCK (las mayúsculas son intencionadas y necesarias) todas con un sonido personal, que se vieron reducidas aparentemente a ser solo bandas que cuidaban el look, se peinaban, y hacían “metal” (lo que me faltaba por escuchar).
Para cuando BulletBoys aparecieron en la escena, en 1988, ésta comenzaba a mostrar ya los primeros síntomas de agotamiento. Cada compañía discográfica quería a sus Guns N’Roses, después de que, un año antes, W. Axl Rose, Slash, and Co. hicieran saltar todo por los aires con su inmortal debut, el celebérrimo Appettite For Destruction. Así, se fichaban bandas a diestro y siniestro con la sana intención (por parte de las discográficas, por supuesto) de ganar unos cuantos millones de dólares. Todo ello a costa de músicos jóvenes, crédulos, con muchas ilusiones y muy poca preparación para gestionar las exigencias de una “major”. Bandas como Seahags, The Throbs, Rock City Angels,
o Salty Dog, por mencionar solo algunas, forman parte de la lista de “bonitos cadáveres” que se quedaron por el camino (volveremos sobre alguno de ellos en futuros artículos).
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos y volvamos a los protagonistas de esta historia. El germen de BulletBoys hay que buscarlo, curiosamente, en otra banda del “género” que había irrumpido en la escena unos cuantos años antes: King Kobra. Efectivamente, el proyecto “glam” del legendario batería Carmine Appice, ya había grabado un par de álbumes muy recomendables: Ready To Strike (1985) y Thrill Of A Lifetime (1986). En King Kobra milita Mick Sweda, un fino guitarra solista, con un look absolutamente atómico. Aunque no puede decirse que a la banda le fuese mal, sorpresivamente, tras la grabación de Thrill Of A Lifetime, King Kobra perdió a su cantante, el (ahora la) descomunal Mark (ahora Marcie) Free, y a su bajista, Johnny Rod, que desertó para unirse a los W.A.S.P. de Blackie Lawless, que se encontraban en trayectoria ascendente tras la gira de su segundo, y rotundo, The Last Command.
Aquí es donde entran en escena otros dos co-protagonistas de la historia: el bajista Lonnie Vencent y el carismático frontman Marq Torien, pasan a completar lo que, a la postre, sería un efímero “Mark II” de King Kobra. En una improbable pirueta del destino, esta formación visitó nuestro país en diciembre de 1986, para ofrecer un único concierto en la sala Canciller, de Madrid. Ya en 1987, parece claro que King Kobra está al borde de la implosión. Sweda, Vencent y Torien deciden comenzar una nueva andadura, que acabará convirtiéndose en, lo han adivinado, BulletBoys. Según ellos mismos, llamaron a la banda “Chicos Bala” por la de veces que les habían “disparado” (“Shot down” en el comentario original en inglés). Para el puesto de batería, y después de cortejarle durante una buena temporada, se une a la banda Jimmy d’Anda, un batería con una pegada absolutamente demoledora (su carta de presentación es: “Me dedico a romper cosas. Cobro por horas”).
Al hilo de lo que comentaba al principio de este artículo, en 1988 no fue difícil que una banda con el look y el estilo de BulletBoys consiguiera un contrato discográfico en tiempo récord. Así, la banda se convertía en el nuevo fichaje de, nada más y nada menos, que Warner Bros. Y no solo eso: para la grabación del debut de BulletBoys, el encargado de colocarse tras los controles iba a ser el ilustrísimo Ted Templeman, productor de los imprescindibles primeros álbumes de Van Halen. Esta participación se convirtió un poco en un arma de doble filo, ya que ciertos sectores percibieron a BulletBoys como unos Van Halen de segunda categoría.
La verdad es que más allá de tener un cantante rubio, y de que el disco tiene una producción “marca de la casa” de Templeman, estilísticamente poco tenían que ver Van Halen, si bien, obviamente, VH habían sido una gran influencia para los integrantes de BulletBoys en su desarrollo musical. Pero también lo habían sido Aerosmith, por poner otro ejemplo de banda clásica del hard rock americano de los setenta. Volveremos sobre ello un poco más adelante. Así, llegamos a la auténtica razón de ser de este artículo: el fantástico debut de BulletBoys, que veía la luz el 20 de septiembre de 1988. Soy plenamente consciente de que esta reseña tiene un sesgo de subjetividad importante. Bulletboys (el disco) es un álbum que tengo grabado a fuego desde la primera vez que lo escuché. Pero no es menos cierto que, esta vez con total objetividad, puede afirmarse que es uno de los discos de esa época que han llevado mejor el paso del tiempo, y sigue sonando tan rotundo y fresco como en el momento de su edición. “Hard As A Rock” inaugura la primera cara del vinilo, y deja ya claro desde el primer minuto que estamos ante un disco de hard rock de alto calibre. Igualmente, la interpretación vocal de Marq Torien también deja patente el hecho diferencial de BulletBoys: su voz. Una voz potente, algo estridente, e imbuida de un “feeling” por momentos más cercano al soul que, por supuesto, al “metal”, que proporciona ese “je ne sais quois” adicional a los temas. La banda es un bloque sin fisuras. Nadie es un virtuoso en su respectivo instrumento, pero ofrecen una ejecución impecable y rotunda. A continuación, “Smooth Up In Ya” (lo más parecido a un hit que tuvieron BulletBoys) posee un “groove” irresistible gracias a ese endiablado riff entrecortado, y esa pegada de Jimmy d’Anda al hi-hat totalmente abierto. “Owed To Joe” y “Shoot The Preacher Down”, son dos de los temas más inapelables del disco. El primero, como bien indica su título, un tributo a Joe Perry (aquí tenemos las influencias de Aerosmith), con un grueso riff a cargo de Mick Sweda, que, igualmente, ejecuta un visceral solo. El segundo, ahora sí, heredero directo de un “Hot For Teacher”, con una “intro” que vuelve a poner de manifiesto la cualidad “soul” de la voz de Torien. Cierra la primera cara una soberbia “cover” de “For The Love Of Money” de los O’Jays (volvemos al soul), la cual, por cierto, se eligió como segundo sencillo.
Quizá la segunda cara no alcanza el mismo nivel. Si bien la inicial y contundente “Kissin’ Kitty” parece indicar totalmente lo contrario, temas como “Hell On My Heels” o “Badlands” resultan menos inspirados. Afortunadamente, ahí está la descomunal “Crank Me Up” para volver a poner las cosas en su sitio. Un tema frenético, con una histérica (en el mejor de los sentidos) interpretación vocal a cargo de Marq Torien La irresistible “F#9” pone punto y final a este soberbio debut. Un trabajo por el que muchas otras bandas de su generación habrían matado por firmar. El ciclo de promoción del álbum proporcionó a BulletBoys su ratito de gloria. El disco se coló en las listas y alcanzó el oro en apenas cinco meses, con ventas superiores a las 500.000 copias. Fechas europeas; portada en la edición británica de Kerrang, y, por supuesto, la obligatoria visita a tierras niponas. Tampoco faltó el también clásico en aquellos años, acompañamiento audiovisual en formato “Long form video”, titulado ‘Pigs In Mud’, que recopilaba los cuatro videoclips grabados por la banda para promocionar el álbum, “home videos” y entrevistas, así como un videoclip de adelanto del siguiente disco.
Desgraciadamente, el destino que aguardaba a BulletBoys a la vuelta de la esquina era el mismo que sufrieron decenas de bandas de su generación. A saber: compañía discográfica tira la casa por la ventana para un segundo disco, -en este caso titulado Freakshow (1991) igualmente pase a por escenarios de todo el mundo, acompañado de una auténtica pléyade de mercenarios que van cambiando de una gira a la siguiente. Afortunadamente para este que suscribe, una de esas giras recala en nuestro país en 2009, y más allá del valor nostálgico de la actuación de BulletBoys (o, mejor dicho, de Torien y tres más), no puede decirse que el show fuera memorable. No obstante, para el recuerdo queda poder haber estrechado la mano de Marq Torien, hacerme una foto con él, y conseguir tener mi ejemplar en vinilo de Bulletboys firmado y dedicado. Y es que, como ya he dicho, amigos ¡tengo debilidad por las causas perdidas!